Leyendas

Leyendas

jueves, 16 de junio de 2011

Introduccion

Este blog fue creado para los fanaticos
de las leyendas  ya que aqui podran encontrar 5
de las  mas tradicionales en Mexico y bueno tambien
para los que no son pero que sin embargo
les puede ayudar con su tarea.
Podran darnos su opinion de lo que les gusta
y no les gusta y completarlas con informacion que sepan
 ya que las leyendas no son exactas.
Tenemos imagenes muy buenas
y si ustedes tienen mas pueden publicarlas para
ayudar a que nuestro blog quede mas completo y sea de
su agrado.
Esperemos que les guste!!!!

Imagen de la llorona

La Llorona

Se dice que existió una mujer indígena que tenía un romance con un caballero español. Fruto de esta pasión, nacieron tres niños, que la madre atendía siempre en forma devota. Cuando la joven comienza a pedir que la relación sea formalizada, el caballero la esquivaba, quizás por temor al que dirán. Dicho y hecho, un tiempo después, el hombre dejó a la joven y se casó con una dama española de alta sociedad. Cuando la mujer se enteró, dolida y totalmente desesperada, asesinó a sus tres hijos ahogándolos en un río. Luego se suicida por que claro, no soporta la culpa.
Desde ese día, se escucha el lamento lleno de dolor de la joven en el río donde esto ocurrió. Luego de que México fuera establecido, comenzó un toque de queda a las once de la noche y nadie podía salir. Es desde entonces que dicen escuchar un lamento cerca de la plaza mayor, y que al ver por las ventanas para ver quien llamaba a sus hijos de forma desesperada, veían una mujer vestida enteramente de blanco, delgada y que se esfumaba en el lago de Texcoco.

Imagenes de la mulata de cordoba








La Mulata de Cordoba

Hace muchos años, en la época de la Inquisición y el Santo Oficio, vivía en la ciudad de Córdoba una hermosa mujer. No tenía padre ni madre. Sola en el mundo la llamaron Soledad. Tenemos que decir que era Mulata.

Como no era bien visto en esos tiempos un color diferente al blanco de la piel. Los indios y los negros no tenían derechos y esta
mujer siendo mulata atestiguaba la unión entre dos razas. Su extremada belleza la hizo blanco de requiebros, volviéndola huraña. Las mujeres empezaron a hacer correr el rumor de que ella sabía de embrujos, magia y encantamienos. Aseguraban haber visto por las noches salir de las ventanas de la choza donde vivía una luz intensa y escuchar música extraña y misteriosa. Las autoridades del Santo Oficio y sus propios vecinos empezaron a espiarla para comprobar sus nefastas relaciones con el maligno. Al contrario, la veían ir a misa. Esto acallaba los rumores y calmaba a las autoridades de la Santa Inquisición.

No así a Don Martín de Ocaña, Alcalde de Córdoba,
hombre entrado en años que ardía de pasión por la Mulata. Le confesó su amor, llegó a prometer regalos y premios si cedía a entregarle su cuerpo. La Mulata no estuvo dispuesta ni siquiera a sonreírle, mucho menos a brindarle un gesto de esperanza.

Un
hombre desairado es el peor enemigo que puede tener una mujer. Mucho más si este hombre es el alcalde de Córdoba. Peor aún si la mujer vive en esa Ciudad, es sola y por añadidura mulata.

Para deshacerse, al mismo tiempo, del desagravio, de la razón de su sufrimiento, de la
mujer que más se odia tanto cuanto más se ama, el alcalde acusó a la Mulata de haberle dado un bebedizo para hacerle perder la razón. La denuncia con la esperanza de verla arder en una pira de leña verde. Suya o de nadie.

La misma noche, el alcalde seguido por sus sirvientes, asistentes, policías y hasta amigos, rodearon la choza de la Mulata y en nombre de la Santa Inquisición le mandan abrir la puerta, pero ella, presa de justo miedo, no obedece. El despliegue de las fuerzas que utilizaron para detenerla era como para aprehender a las bandas de salteadores que por esas épocas merodeaban el camino de Córdoba a
Veracruz.

Por fin fue apresada y llevada en una carreta descubierta, custodiada por el Santo Oficio hasta las seguras mazmorras del castillo de San Juan de Úlua, donde fue encerrada en espera de su castigo.

Unos dicen que fue en el mismo San Juan de Úlua en
Veracruz. Otros por el contrario afirman que sucedió en los calabozos del Palacio de la Santa Inquisición en la Plazuela de Santo Domingo, en México, Capital de la Nueva España.

Lo cierto es que después de su rápido juicio se encontró culpable de sostener pactos con el maligno, la sentencia decía que Soledad, la Mulata de Córdoba, como ya era conocida, fuera quemada con leña verde, en presencia de los ciudadanos para que tomaran claro ejemplo de lo que no se debe hacer y dar justo escarmiento, de los que, como ella, se apartan de los caminos del bien.

Toda la noche, en lugar de rezar las oraciones pertinentes que demostraran su arrepentimiento, aunque de todas maneras sería inmolada en el
fuego, Soledad la pasó dibujando con un trozo de carbón un barco en la pared del calabozo. Con tal maestría y primor que el carcelero que al otro día en la madrugada fue a buscarla, quedó pasmado ante tal obra de arte.

Tenía perfectamente delineados todos los aparejos de un bajel dispuesto para una gran travesía en alta mar. Ante la sorpresa del guardia, Soledad le preguntó con una amplia sonrisa. “¿Qué es lo que le falta a esta embarcación?”. A lo cual contestó presuroso el guardián. “Andar”. “Pues mira como anda” le respondió la Mulata subiendo ágil por las escalerillas del barco. Todavía se volvió para despedirse de sus captores con un suave gesto de la mano indicando su adiós. Mientras el galeón desaparecía ante los desorbitados ojos del centinela.

Imagenes del callejon del muerto




El callejon del muerto

Corría el año de 1600 y a la capital de la Nueva España continuaban llegando mercaderes, aventureros y no pocos felones, gentes de rompe y razga que venían al Nuevo Mundo con el fin de enriquecerse como lo habían hecho los conquistadores. Uno de esos hombres que llegaba a la capital de la Nueva España con el fin de dedicarse al comercio, fue don Tristán de Alzúcer que tenía un negocio de víveres y géneros en las Islas Filipinas, pero ya por falta de buen negocio o por querer abrirle buen camino en la capital a su hijo del mismo nombre, arribó cierto día de aquél año a la ciudad.
Después de recorrer algunos barrios de la antigua Tenochtitlán don Tristán de Alzúcer se fue a radicar en una casa de medianía allá por el rumbo de Tlaltelolco y allí mismo instaló su comercio que atendía con la ayuda de su hijo, un recio mocetón de buen talante y alegre carácter.
Tenía este don Tristán de Alzúcer a un buen amigo y consejero, en la persona de su ilustrísima, el Arzobispo don Fray García de Santa María Mendoza, quien solía visitarlo en su comercio para conversar de las cosas de Las Filipinas y la tierra hispana, pues eran nacidos en el mismo pueblo. Allí platicaban al sabor de un buen vino y de los relatos que de las islas del Pacífico contaba el comerciante.
Todo iba viento en popa en el comercio que el tal don Tristán decidió ampliar y darle variedad, para lo cual envió a su joven hijo a la Villa Rica de la Vera Cruz y a las costas malsanas de la región de más al Sureste.
Quiso la mala suerte que enfermara Tristán chico y llegara a tal grado su enfermedad que se temió por su vida. Así lo dijeron los mensajeros que informaron a don Tristán que era imposible trasladar al enfermo en el estado en que se hallaba y que sería cosa de medicinas adecuadas y de un milagro, para que el joven enfermo de salvara.
Henchido de dolor por la enfermedad de su hijo y temiendo que muriese, don Tristán de Alzúcer se arrodilló ante la imagen de la Virgen y prometió ir caminando hasta el santuario del cerrito si su hijo se aliviaba y podía regresar a su lado.
Semanas más tarde el muchacho entraba a la casa de su padre, pálido, convalesciente, pero vivo y su padre feliz lo estrechó entre sus brazos.
Vinieron tiempos de bonanza, el comercio caminaba con la atención esmerada de padre e hijo y con esto, don Tristán se olvidó de su promesa, aunque de cuando en cuando, sobre todo por las noches en que contaba y recontaba sus ganancias, una especie de remordimiento le invadía el alma al recordar la promesa hecha a la Virgen.
Al fin un día envolvió cuidadosamente un par de botellas de buen vino y se fue a visitar a su amigo y consejero el Arzobispo García de Santa María Mendoza, para hablarle de sus remordimientos, de la falta de cumplimeinto a la promesa hecha a la Virgen de lo que sería conveniente hacer, ya que de todos modos le había dado las gracias a la Virgen rezando por el alivio de su vástago.
-Bastará con eso, -dijo el prelado-, si habéis rezado a la Virgen dándole las gracias, pienso que no hay necesidad de cumplir lo prometido.
Don Tristán de Alzúcer salió de la casa arzobispal muy complacido, volvió a su casa, al trabajo y al olvido de aquella promesa de la cual lo había relevado el Arzobispo.
Más he aquí que un día, apenas amanecida la mañana, el Arzobispo Fray García de Santana María Mendoza iba por la calle de La Misericordia, cuando se topó a su viejo amigo don Tristán de Alzúcer, que pálido, ojeroso, cadavérico y con una túnica blanca que lo envolvía, caminaba rezando con una vela encendida en la mano derecha, mientras su enflaquecida siniestra descansaba sobre su pecho.
El Arzobispo le reconoció enseguida, y aunque estaba más pálido y delgado que la última vez que se habían visto, se acercó para preguntarle.
- A dónde váis a estas horas, amigo Tristán Alzúcer?
- A cumplir con la promesa de ir a darle gracias a la Virgen-, respondió con voz cascada, hueca y tenebrosa, el comerciante llegado de las Filipinas.
No dijo más y el prelado lo miró extrañado de pagar la manda, aun cuando él lo había relevado de tal obligación .
Esa noche el Arzobispo decidió ir a visitar a su amigo, para pedirle que le explicara el motivo por el cual había decidido ir a pagar la manda hasta el santuario de la Virgen en el lejano cerrito y lo encontró tendido, muerto, acostado entre cuatro cirios, mientras su joven hijo Tristán lloraba ante el cadáver con gran pena.
Con mucho asombro el prelado vio que el sudario con que habían envuelto al muerto, era idéntico al que le viera vestir esa mañana y que la vela que sostenían sus agarrotados dedos, también era la misma.
-Mi padre murió al amanecer -dijo el hijo entre lloros y gemidos dolorosos-, pero antes dijo que debía pagar no sé qué promesa a la Virgen.
Esto acabó de comprobar al Arzobispo, que don Tristan Alzúcer estaba muerto ya cuando dijo haberlo encontrado por la calle de la Misericordia.
En el ánimo del prelado se prendió la duda, la culpa de que aquella alma hubiese vuelto al mundo para pagar una promesa que él le había dicho que no era necesario cumplir.
Pasaron los años...
Tristán el hijo de aquel muerto llegado de las Filipinas se casó y se marchó de la Nueva España hacia la Nueva Galicia. Pero el alma de su padre continuó hasta terminado el siglo, deambulando con una vela encendida, cubierto con el sudario amarillento y carcomido.
Desde aquél entonces, el vulgo llamó a la calleja de esta historia, El Callejón del Muerto, es la misma que andando el tiempo fuera bautizada como calle República Dominicana.

Imgenes del cristo negro








Leyenda del Cristo Negro (Valle de Bravo – México)

Cuenta la leyenda popular que a principios del siglo XVII, existían dos grandes grupos indígenas que tenían rivalidades por cuestiones territoriales: los de La Peña y los de Ahuacatlán. Un día, llegó un arriero a la Hacienda de San Gaspar, en donde laboraba un numeroso grupo de jornaleros de La Peña. El arriero les ofreció en venta una de las tres imágenes que traía consigo. Al ver éste que los jornaleros no tenían ningún interés en ninguna imagen, les dejó una para que lo pensaran, prometiendo regresar al otro día. El misterioso personaje jamás regresó. En aquel momento el Cristo era blanco, de proporciones y características europeas.

El apego de los indígenas a la imagen fue creciendo a tal punto que solicitaron permiso al hacendado de festejarlo, en su particular modo, con danzas y chirimías acompañadas de comida y regadas con pulque. Al hervor de los alcoholes, se olvidaron del respeto a sus patrones.

Cada año la historia se repetía e iba en aumento, hasta que los patrones decidieron donarles la imagen con la condición de que le construyeran una ermita lejos de su propiedad. Así fue como el Cristo quedó ubicado en una modesta construcción de carrizo y zacatón.

Un 3 de mayo, festejando la Santa Cruz, en medio de la euforia y al calor de los pulques, fueron sorprendidos por sus enemigos, los de Ahuacatlán. Fue una terrible batalla y no se sabe si, por accidente o con intención, la ermita se quemó. Esto acabó repentinamente con la lucha. El gran misterio fue descubrir que entre las cenizas estaba intacta la imagen. No se quemó, aunque sí cambio de color: ahora era totalmente e irremediablemente negro.

Al lugar acudió el sacerdote misionero, que asumió y explicó a los indígenas que el cambio de color se debía a la acción redentora de Dios para liberar a ambos bandos del odio, rencor y venganza que los consumía, logrando así la paz y armonía en el Valle de Temascaltepec, hoy Valle de Bravo. La imagen fue llevada en una procesión conjunta a la capilla "el Calvario", construida por los frailes en Ahuacatlán y reconstruida más tarde dedicada a la Asunción de María. De allí tomo el nombre de El Señor de Santa María.





Imagenes de la casa del trueno









martes, 14 de junio de 2011

LA CASA DEL TRUENO


 
Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos. Eran tiempos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas hoy como totonacas, que poblaron el lugar de Veracruz que después llamaron Totonacan. Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y veintiocho días componen el ciclo lunar.
Siguen diciendo las viejas crónicas que se han convertido en asombrosas leyendas, que esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.
Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Ycuanto mas arrastraban los cueros mayor era el ruido que producían los torrentes y cuanto más se golpeaba el gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.
Pasaron los siglos...
Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones. Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres más felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión habían por fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima hermoso.
 
Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacos.
Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos, relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amendrantarlos.
 
En los antiguos registros que los milenios han borrado, se dice que llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dió cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos.
No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.
Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamos sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía, adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.
Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene este pasmoso monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las sementeras.
 
Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templó de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.
Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros, mucho antes de la llegada de los totonacas, cuando el mundo parecía comenzar a existir.